¿Quién no ha tenido un mal día o ha recibido una mala noticia y ha podido bucear en un mar de lágrimas? Todos/as lloramos alguna vez y es totalmente lógico, de hecho, la ciencia demuestra que hay varios motivos biológicos para hacerlo. Las lágrimas reflejas, por ejemplo, se producen cuando los nervios sensoriales de la córnea envían una señal al cerebro de que los ojos necesitan protegerse. Son estas las que expulsas cuando hay demasiado humo en el ambiente, cortas cebolla… El cerebro libera hormonas en las glándulas lagrimales situadas detrás del párpado, que producen lágrimas para proteger el ojo y diluir el producto irritante.
No obstante, normalmente el motivo por el que se llora es emocional, tras emociones fuertes tanto dolorosas como de felicidad. Tu cerebro es consciente de que estás sufriendo una reacción a un estímulo y el sistema endocrino libera un conjunto de hormonas en la glándula lagrimal, que segrega líquido en el ojo.
Ahora bien, ¿son distintas las lágrimas reflejas de las lagrimas emocionales? La ciencia afirma que sí; se dice que mientras las primeras están formadas por agua en un 98%, las segundas contienen varios compuestos químicos que incluyen hormonas adrenocorticotropas, presentes en momentos de estrés, y leucina-encefalina, una endorfina que alivia el dolor y mejora el ánimo. Así pues, se llora para liberar hormonas y toxinas que se acumulan durante momentos de emoción intensa.
Finalizo este breve artículo con un dato curioso, y es que diversos estudios demuestran que las mujeres lloran unas cuatro veces con más frecuencia que los hombres, sin embargo, hasta la adolescencia, niños y niñan lloran igual. Esto se debe a que en esta etapa los niños aumentan los niveles de testosterona, y las niñas los de estrógenos.