Al igual que la mente tiene una influencia indirecta en nuestra salud física, también tiene una directa hacia nuestra salud mental o psíquica.
Aunque pueda resultar increíble, nuestro cerebro está conectado a nuestro sistema digestivo; ambos se envían mensajes nerviosos continuamente, de manera que si tenemos un problema mental puede afectar perfectamente a nuestra digestión.
Cuando determinados problemas alteran nuestras emociones, los intestinos pueden verse afectados por diversas interferencias. Muchos profesionales creen que el cerebro tiene un control sobre estos últimos y es este el responsable de muchos trastornos que, si bien aparecen en momentos inesperados, la situación puede controlarse si acostumbramos a alimentarnos de forma adecuada.
Alimentándonos bien y aportando al organismo todo cuanto necesita podemos evitar que nuestro cerebro tenga el poder de, en cierto modo, «ponernos de mal cuerpo». Esta teoría puede ser cierta perfectamente, de hecho, se ha comprobado que medicamentos ideados para tratar trastornos como la ansiedad o el estrés son capaces de mejorar problemas digestivos.
El lenguaje popular sabe mucho de eso, así pues estamos acostumbrados/as a decir ciertas expresiones que vinculan la relación de la salud mental con nuestro estómago como, por ejemplo:
- Hacer de tripas corazón.
- Tener estómago o hígado para enfrentarnos a problemas.
- Superar situaciones difíciles de digerir.
- Sentir nudos en el estómago.
- Sentir que se nos revuelven las tripas.
Uno de los neurotransmisores más ligado a las emociones es la serotonina – mencionada ya varias veces en el blog -, que interviene en la inhibición de la agresividad, en la regulación de la temperatura comporal, en el humor, el sueño e incluso la sexualidad.